lunes, 30 de enero de 2012

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UN RELATO DE VAMPIROS


La exposición era más aburrida aún de lo que sus elogiosas críticas me habían hecho esperar y, finalmente, me senté a rumiar mi ataque de negatividad. Mientras, me dediqué a contar las losetas del suelo que intentaban una cutre imitación a mármol.

Pronto me hallaba extasiado, aparte de medio dormido. Aquella galería debía ser la única que abría sus puertas al anochecer.

La música de consulta de dentista que tan agradablemente idiotizado conseguía mantenerme, de repente desapareció aplastada bajo el sonido producido por un buque al arrastrarse sobre suelo firme. Desperté de mi fascinante meditación buscando la causa del ruido. No podía dejar de mirar descaradamente a lo que tenía delante. Creo que nunca antes había sido tan grosero con nadie.

La mujer que de repente abarcaba todo mi ángulo de visión era la persona más vulgar que hubiera conocido. Llevaba una especie de traje chaqueta, ni medio corto ni medio largo, en el que destacaba principalmente un gran bolsillo a la altura de lo que en otro tiempo debieron ser las caderas. Por el bulto que le producía debía contener las llaves de su casa, las de algunos cuantos coches, el monedero y la repisa completa del armario tocador. Armonizaba el conjunto con una blusita de entretiempo de color indefinido, que de seguro había conocido días mejores. Los botones, crema, parecían a punto de salir disparados a los ojos del observador, visto lo precario de su cosido y la tensión que provocaba el abultado pecho de su dueña. Los cuatro o cinco pelos recios que coronaban su cabeza se negaban a moverse. ¿Desconocían acaso la inmutable ley de la gravedad? O más probable, ¿se encontraban influenciados por la acción disuasoria de una buena cantidad de laca? Una permanente le daba un genuino aspecto de rizo tardío al conjunto.

Sería difícil, pero casi apostaría que lo que más desagrado me produjo, mención aparte, claro, de la colilla húmeda pero aún maloliente que colgaba de sus ya casi inexistentes e increíblemente rojos labios, era la ausencia de medias. La temperatura del exterior resultaba todavía demasiado fría, y las rechonchas carnes de la mujer lo debían estar notando. La piel aparecía totalmente enrojecida y llena de varices sanguinolentas. Protestaban por la situación cubriéndose de ese desagradable y antiestético efecto de piel de gallina. Tamañas extremidades acababan en los zapatos. Planos y anodinos no alcanzaban, pese a sus esfuerzos a guardar tanto esplendor, y dejaban que la carne les rebosase.

¿Y aún me preguntaba por qué no podía dejar de mirarle?, ¡ pero si era la representación de mi mujer ideal!

Inesperadamente, aquel dechado de virtudes armoniosas dirigió hacia mi una sibilina mirada ( creo que en su origen pretendía ser una pícara mirada, en realidad ). Alzó una ceja, ya inexistente pero resueltamente recuperada gracias a la ayuda de un lápiz de labios rojizo y…¡ me sonrió!

Creo que dentro de mi algo se detuvo un instante de la impresión. El interior de la boca estaba vacío y cuando se quitó la eterna colilla observé con un profundo asco que los dientes habían desaparecido. Pero no, entonces vi que el negro cavernoso de su boca sólo se veía alterado por dos relucientes colmillos que parecían haber resistido el paso del tiempo.

De repente comprendí que la intensidad del rojo de sus labios no podía ser sólo el carmín. No. Pero tampoco podía ser lo que yo empezaba a sospechar y , sin embargo, con terror me di cuenta de que aquella mole se desplazaba hacia mí con un extraño brillo en el fondo de sus ojos.




A aquel momento de lucidez le sobrevino otro descubrimiento. Empecé a notar una sensación conocida a la altura de mi entrepierna. Un cierto movimiento que escapaba a mi control. Vaya, vaya. Mi aparatito estaba de lo más contento y yo no entendía qué le estaba provocando.


¿ O sí ? Por fin, lo veía claro. Aquella persona vulgar desaparecía. Sólo existían dos largos colmillos blancos perforando mi frágil cuello y el latir insinuante y sensual de nuestros dos corazones al unísono. Licencia Creative Commons
Reahlidad por Ana y Olga se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.

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