martes, 31 de enero de 2012

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Caímos sobre el falso mármol del salón de exposiciones unidos en un abrazo de infinito éxtasis que poco a poco se fue convirtiendo en un estado de excitación mutua.
 Con un movimiento demasiado rápido para que yo pudiera llegar a apreciarlo y con una delicadeza que jamás creí llegar a conocer, aquel incomprensible ser me obligó a tumbarme boca arriba, con la misma disposición de aquél que se tumba sobre el altar de los sacrificios del dios al que venera.
   
Mis músculos se tensaron al contacto con el frío suelo. Comencé a relajarme permitiendo que su flácida carne invadiera todo mi cuerpo, presionándolo sensualmente contra la sucia habitación.

Su experiencia le dijo que yo me había rendido a ella por completo y noté cómo sus labios, ahora seguros y firmes, presionaban sobre mi cuello buscando en mi interior lo único que ella quería obtener de mi.

Inmovilizado bajo su peso y por la presión de sus colmillos, mi cabeza permanecía apoyada sobre el suelo, girada en una mueca de dolor y placer. Con los ojos perdidos en tanta oscuridad y la boca entreabierta, podían llegar a oírse mis débiles gemidos y el pausado goteo de los finos hilos de saliva y sangre que poco a poco huían por las


comisuras de mis labios y  se precipitaban y atropellaban por la pendiente de mis mejillas, que habían perdido todo su color.

Sorprendentemente deseaba que nada de todo aquello acabara nunca, sentí la necesidad de aferrarme a ella, de sentirla en toda su magnificencia, como en el más bello acto de fornicacíón.  Venciendo la opresión de su cuerpo doblé mi brazo derecho sobre si mismo y conseguí asirme a ella estrujando febrilmente la ropa que cubría su escote. Mis dedos se astillaron y uno a uno fueron quedando presos en los desiguales agujeros de puntilla que adornaba su blusita, maltratada por el exceso de uso y el mal detergente. Cuanto más apretaba su ropa y notaba cómo se iba descosiendo entre mis dedos, más placer obtenía a cambio. A aquel impulso de mi mano ella respondía hundiendo sus fuertes colmillos en mi interior. Como si el dolor que yo experimentaba le hiciera disfrutar sobremanera.

Entonces mis extremidades me abandonaron y mi cuerpo se quebró bajo el hechizo de dolor y placer a un mismo tiempo. Mi columna se arqueó y permaneció en aquella postura por un tiempo indefinido, era como si hubiera sido arrancada de mi cuerpo, ( igual que se le arranca la espina a un pez aún con vida ), y en su lugar tan sólo quedó un profundo vacío... mi pecho se abrió, mi vientre se contrajo, mi cadera, mi ingle.

Y fue en medio del éxtasis cuando fui consciente de lo que me estaba ocurriendo en realidad: me estaba muriendo. Era una víctima más de tantas otras que aquella criatura usaba para seguir viviendo su muerte, víctimas que elegía de forma indiscriminada movida únicamente por la necesidad de beber su sangre. Era simplemente uno más del montón... incluso tuve la suficiente claridad mental como para culparme por estar en la situación en la que me encontraba, por un momento creí merecerlo.

Ahora sabía con certeza que Laura ( así se llamaba ella, lo supe más tarde) no tenía ninguna intención de ir más allá de mi muerte y que lo único que podía esperar de ella con absoluta seguridad, era una larga y lenta agonía en algún  callejón sucio y olvidado

antes de perder la consciencia y finalmente morir. Todo romanticismo desapareció al mirar cara a cara a la muerte y aunque siempre me sedujo la idea de perder de vista este puto mundo de una manera tan orgásmica, no puedo negar que siempre finalizaba mi sueño de eternidad con un final algo más feliz.

Abrí mis ojos en un último conato por salvar mi patética vida, que notaba que me abandonaba precipitadamente, y luchando contra la paz que acariciaba todo mi cuerpo tentándome a permanecer en aquel estado de catarsis sin oponer ningún tipo de resistencia ante tan negro final, logré reaccionar.

Liberando a mis extremidades del estado de parálisis en el que se encontraban, conseguí incorporarme y con una inesperada violencia reuní la fuerza suficiente para empujar a aquel cuerpo deforme lejos de mi. Su figura se convulsionó y más presa de la sorpresa que del temor que pudiera sentir por mi repentino cambio de actitud, se retorció de ira y su propio peso le hizo que perdiera el equilibrio y cayera hacia atrás.

Sus colmillos perdieron mi cuello, y sus afiladas cabezas, en su movimiento, desgarraron la lacerada y violacea piel que hasta hacía poco se estremecía bajo el contacto sensual de sus labios, ahora contraídos en una siniestra mueca de frustración.

De ambas heridas comenzó a salir sangre a borbotones.

Mientras agotaba todas mis fuerzas en arrastrarme lo más lejos posible de aquella grotesca mujer, no pude evitar el no dejar de clavar mis ojos en los suyos, como tampoco pude evitar el que se me estremeciera el alma...

Sus pupilas se dilataron y se suavizó el gesto de su boca, sus labios de un rojo imposible perfilaban una macabra sonrisa. Seguí su mirada. Sus ojos se habían clavado en mi cuello, enamorándose de la sangre que lentamente iba empapando mi ropa, disfrutando de la veladura roja que tintaba mi negra camiseta con ricas irisaciones, saturando la tela de líquido y haciendo que se pegara contra mi pecho, descubriendo el movimiento convulsivo de mi respiración y de mi terror.
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lunes, 30 de enero de 2012

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UN RELATO DE VAMPIROS


La exposición era más aburrida aún de lo que sus elogiosas críticas me habían hecho esperar y, finalmente, me senté a rumiar mi ataque de negatividad. Mientras, me dediqué a contar las losetas del suelo que intentaban una cutre imitación a mármol.

Pronto me hallaba extasiado, aparte de medio dormido. Aquella galería debía ser la única que abría sus puertas al anochecer.

La música de consulta de dentista que tan agradablemente idiotizado conseguía mantenerme, de repente desapareció aplastada bajo el sonido producido por un buque al arrastrarse sobre suelo firme. Desperté de mi fascinante meditación buscando la causa del ruido. No podía dejar de mirar descaradamente a lo que tenía delante. Creo que nunca antes había sido tan grosero con nadie.

La mujer que de repente abarcaba todo mi ángulo de visión era la persona más vulgar que hubiera conocido. Llevaba una especie de traje chaqueta, ni medio corto ni medio largo, en el que destacaba principalmente un gran bolsillo a la altura de lo que en otro tiempo debieron ser las caderas. Por el bulto que le producía debía contener las llaves de su casa, las de algunos cuantos coches, el monedero y la repisa completa del armario tocador. Armonizaba el conjunto con una blusita de entretiempo de color indefinido, que de seguro había conocido días mejores. Los botones, crema, parecían a punto de salir disparados a los ojos del observador, visto lo precario de su cosido y la tensión que provocaba el abultado pecho de su dueña. Los cuatro o cinco pelos recios que coronaban su cabeza se negaban a moverse. ¿Desconocían acaso la inmutable ley de la gravedad? O más probable, ¿se encontraban influenciados por la acción disuasoria de una buena cantidad de laca? Una permanente le daba un genuino aspecto de rizo tardío al conjunto.

Sería difícil, pero casi apostaría que lo que más desagrado me produjo, mención aparte, claro, de la colilla húmeda pero aún maloliente que colgaba de sus ya casi inexistentes e increíblemente rojos labios, era la ausencia de medias. La temperatura del exterior resultaba todavía demasiado fría, y las rechonchas carnes de la mujer lo debían estar notando. La piel aparecía totalmente enrojecida y llena de varices sanguinolentas. Protestaban por la situación cubriéndose de ese desagradable y antiestético efecto de piel de gallina. Tamañas extremidades acababan en los zapatos. Planos y anodinos no alcanzaban, pese a sus esfuerzos a guardar tanto esplendor, y dejaban que la carne les rebosase.

¿Y aún me preguntaba por qué no podía dejar de mirarle?, ¡ pero si era la representación de mi mujer ideal!

Inesperadamente, aquel dechado de virtudes armoniosas dirigió hacia mi una sibilina mirada ( creo que en su origen pretendía ser una pícara mirada, en realidad ). Alzó una ceja, ya inexistente pero resueltamente recuperada gracias a la ayuda de un lápiz de labios rojizo y…¡ me sonrió!

Creo que dentro de mi algo se detuvo un instante de la impresión. El interior de la boca estaba vacío y cuando se quitó la eterna colilla observé con un profundo asco que los dientes habían desaparecido. Pero no, entonces vi que el negro cavernoso de su boca sólo se veía alterado por dos relucientes colmillos que parecían haber resistido el paso del tiempo.

De repente comprendí que la intensidad del rojo de sus labios no podía ser sólo el carmín. No. Pero tampoco podía ser lo que yo empezaba a sospechar y , sin embargo, con terror me di cuenta de que aquella mole se desplazaba hacia mí con un extraño brillo en el fondo de sus ojos.




A aquel momento de lucidez le sobrevino otro descubrimiento. Empecé a notar una sensación conocida a la altura de mi entrepierna. Un cierto movimiento que escapaba a mi control. Vaya, vaya. Mi aparatito estaba de lo más contento y yo no entendía qué le estaba provocando.


¿ O sí ? Por fin, lo veía claro. Aquella persona vulgar desaparecía. Sólo existían dos largos colmillos blancos perforando mi frágil cuello y el latir insinuante y sensual de nuestros dos corazones al unísono. Licencia Creative Commons
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